Análisis
Más allá de Cristina: ¿Qué pasa con las mujeres poderosas que están del lado del pueblo?
Venimos de unas semanas agitadas en cuanto a las reflexiones y los análisis de lo que dejaron las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias en nuestro país. Los resultados no fueron favorecedores para el oficialismo nacional (Frente de Todxs), lo que sorprendió a quienes se guiaban por las encuestas. Pero hay algo que no fue sorpresa: Cristina Fernández volvió a ser el centro de la escena, mucho antes de publicar la famosa carta donde aseguró que ella ya sabía que iban a perder y lo había advertido.
La vicepresidenta todavía no había salido a hablar públicamente y su nombre ya estaba en todas las portadas de diarios, títulos de portales y graph de los canales de televisión, ¿Por qué? Bueno, hay varias líneas de análisis; aquí, nos detendremos como dice el título, en una de las respuestas: porque es mujer, poderosa y popular.
Desde el famoso “yegua, puta y montonera” hasta “la peronista groncha” de hace unas semanas, es un hecho que la imagen, el nombre y la voz de Cristina Fernandez de Kirchner (a ella le gusta llamarse así), es foco de todas las miradas -bien y malintencionadas-. Ahora bien: ¿Por qué una misma mujer pública y política puede generar al mismo tiempo tanto amor en algunxs y tanto odio en otrxs?
Primero, es importante aclarar que esxs “unxs” y “otrxs” no siempre son personas físicas, ni están en igualdad de condiciones. Ellxs pueden ser empresas, medios, organismos internacionales, sectores monopolizados o con un gran poder de hegemonía, etc; o bien pueden representar a los sectores populares, organizaciones, movimientos, militancia, entre otrxs.
En principio, intentaremos -aunque sea difícil- quitar el nombre de Cristina del centro. Remontemonos a la historia: Eva Perón, quien siempre ha velado por los derechos de los sectores más postergados, sobre todo niñeces y mujeres, pero también adultxs mayores y trabajadorxs, ha sido violentada discursivamente infinitas veces, aún en aquella época en la que no existía tal concentración mediática ni la inmediatez y viralización de las redes sociales.
Y aquí nos detenemos: Decimos violencia porque no fueron -ni lo son hoy- críticas. Eva Perón y Cristina tienen en común ser mujeres, estar en posición de poder, e impulsar ideas, discursos, y políticas para el pueblo.
Vamos de a uno:
1) El factor de ser mujer no es menor. Seguro no les digamos nada nuevo, pero incluso hoy por hoy son muy bajos los porcentajes de mujeres que acceden a cargos jerárquicos no solo en la política, sino también en cualquier labor. Esto es porque el sistema patriarcal en el que vivimos -y hombres poderosos, blancos y ricos que en su momento tomaron decisiones e hicieron las leyes- ordenó la sociedad de tal forma que las mujeres sean encasilladas como cuidadoras, hogareñas, débiles, sensibles, amorosas y un montón de estereotipos más.
Estudios a nivel mundial comprueban que las empresas o unidades de gestión (ya sea un país) que son lideradas por mujeres, son menos corruptas, más eficaces, más sostenibles y rentables. Sin embargo, con un avance gigante en la conquista de derechos cívicos y laborales -esta semana se cumplió un nuevo aniversario desde la Ley de Voto femenino- y una ley de paridad de género en política -también esta semana cumplió años-, las mujeres en puestos de liderazgo en el Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial, así como en sindicatos y representantes de trabajdorxs o empresariales, escasean (son el 25%, según el informe “Sexo y Poder” del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género).
2) Dentro de estos estereotipos de género que mencionamos, el poder siempre se ha encontrado del lado masculino (porque claro, el sistema es binario y responde al sexo biológico o asignado al nacer). Solemos entender el poder como una cuestión directamente relacionada a la seriedad, la rosca, la autoridad, de hecho también tiene algo de bélico, falocéntrico, de fuerza. Sobre todo superior, por eso masculino. Este sentido común abraza a todos los partidos, ideologías y sociedades, y no solo políticamente sino a la hora de ocupar el espacio público y hasta en la intimidad. De hecho, esta semana -también- se viralizaron fotos de una reunión entre integrantOs de Juntos, donde decían definir políticas y estrategias para “construir un futuro mejor para todos” sin ninguna mujer. Tampoco en el nuevo gabinete anunciado por el Presidente de la Nación, pos-PASO.
El poder garpa, ¿Pero todxs tenemos derecho a ese poder? ¿Qué pasa cuando una mujer se empodera y toma el poder -ni hablar del bastón presidencial-? Cuando un político se enoja, grita, toma decisiones unidireccionales o discute, es un hombre decidido, con autoridad, fuerte, ambicioso. Pero cuando una política realiza las mismas prácticas, es autoritaria, histérica, loca, manipuladora, reaccionaria, inestable, obsesiva. O tienen algún tipo de enfermedad mental, y eso “influye y afecta la vida de todos los argentinos”. Algo que también se mencionó de la vicepresidenta en la última semana.
Ni hablar de las cuestiones físicas, estéticas y de vestimenta. Siempre se pensará primero cuánto gasta en la ropa o la peluquería, si es flaca o gorda, con quién se acuesta, y no en las ideas que propone.
Diana Maffía, en una investigación muy interesante llamada “Género y poder: El significado del género en los más altos cargos políticos” sostiene: “La política en sí sigue siendo percibida como un espacio con códigos masculinos, en donde los que asumen la representación son, en su gran mayoría, hombres; predominan códigos masculinos del lenguaje con analogías del mundo militar y deportivo. A su vez, la cultura en el ámbito político puede ser caracterizada como la de una fraternidad masculina: el sistema masculino de alianzas vive de lealtades y estrictas reglas de supremacía y subordinación. La mayoría de las carreras políticas se basan en la típica biografía masculina, que sin las obligaciones propias del cuidado de otras personas hace posible la larga y ardua marcha a través de los partidos. En un espacio codificado tan masculinamente, las personas de sexo femenino aparecen como un cuerpo extraño”.
Tan profundo calan estos sentidos y estas construcciones sociales, que está mal visto llorar, apasionarse o angustiarse en el ámbito político públicamente, y mujeres de mucho poder como Ángela Merkel, Michelle Bachelet o Dilma Rouseff han tenido que adaptar sus códigos de vestimenta durante toda su carrera política, para ser más respetadas y tomadas en serio ante sus pares varones.
3) Por último, pero no menos -sino más- importante, el contrapunto: así como mujer no equivale a madre, cuidar, hogar y amor, mujer tampoco equivale a perspectiva de género. El ejemplo es claro: María Eugenia Vidal puede ser criticada por sus ideas, pero no es atacada por los medios masivos de comunicación y trolls en redes como lo son referentas como Cristina o hasta la misma Ofelia Fernandez.
¿Por qué? Bueno, la ex gobernadora representa el modelo de mujer que para el sistema machista que habitamos sí está bien. La imagen que se construyó comunicacional y mediáticamente alrededor de ella, es primero de madre amorosa, con un código de vestimenta simple, tradicional, conservador, de colores suaves, con una forma de hablar más sutil, en un tono más bien bajo, movimientos lentos y livianos. De hecho, ella misma se nombra y define así en sus redes sociales: primero, es “mamá orgullosa de Cami, Majo y Pedrito”; después, “candidata a diputada nacional por la Ciudad de Buenos Aires”.
Pero, has lo que yo digo y no lo que yo hago…
Así y todo, no dudó en desfinanciar la educación pública a la que asisten hoy la mayoría de lxs niñxs del país, denigrar a las y los docentes, perseguir a quienes piensan distinto y endeudar a la Provincia de Buenos Aires en dólares. Las figuras femeninas que sí son atacadas por medios hegemónicos comerciales y trolls y no precisamente por sus ideas sino por su modo de hablar o su apariencia, son -y fueron históricamente- aquellas que toman el poder y se plantan contra la concentración en manos de pocos y a favor de la redistribución de la riqueza, la justicia social y los sectores populares.
¿Cuántas veces hemos escuchado que Cristina mató a Nestor? ¿Y que ella maneja como títere a Alberto? Que es manipuladora, autoritaria, soberbia, ladrona, obsesionada por el poder. Características que puede bien tener un hombre político en nuestro país y ser aplaudido y felicitado. En efecto: es difícil ser mujer, poderosa y popular en la Argentina.
Es hora de pensar una forma de poder distinta, que no excluya llorar, ni apasionarse, o defender con uñas (guiño) y dientes lo que se cree que es justo. Un poder al servicio del pueblo, para lograr una democracia más justa, popular, soberana y, sobre todo, representativa y feminista. Un poder desprejuiciado, sin códigos de vestimenta ni de lenguaje falocéntrico, donde las mujeres puedan rosquear, formar parte de las mesas chicas, tomar decisiones urgentes y si es necesario, apretar el botón rojo. De esa forma podremos llenarnos la boca diciendo que las mujeres (populares) tenemos representación política.